Somos alumnos/as de la clase de 6º B y hemos investigado sobre la Parroquia de San Miguel Arcángel de Corella. Nuestro grupo formado por Irati, Melanie, Manar, Ibai y Rayan vamos a centrarnos curiosamente en dos artistas modernos que pintaron San Miguel cuando la reforma de 1949.
Ceferino Cabañas Palomar (1880-1950). Nació en Alcañiz (Teruel), el 28 de enero de 1880, hijo de Gregorio y de Juana. Pensionado por la Diputación de Teruel, a los 15 años, ingresó en la Academia de San Fernando de Madrid y en el Estudio de Sorolla.
En 1905, ganó por concurso el premio de la Duquesa de Villahermosa, fue pensionado al Instituto de Bellas Artes de Roma y luego concurrió a diferentes exposiciones, ganando una tercera Medalla en la Exposición Nacional de 1930.
Tenía su estudio en Madrid y vino a Corella por su relación con José Luis de Arrese. Ceferino Cabañas, había realizado la decoración de la iglesia de San José en Madrid en 1947.
El 22 de abril de 1948, el Sr. Arrese lo trajo a Corella para realizar la decoración entera de la iglesia de San Miguel, empleando en esta labor que llevó a cabo completamente solo, un año y cuatro meses.
La reforma de San Miguel fue su última obra de relevancia, puesto que en la noche del 25 de febrero de 1950, fallecía en su estudio de Madrid de una hemorragia cerebral.
Jacinto Alcántara y Gómez (1901-1966) natural de Madrid, Director de la Escuela Nacional de Cerámica de Madrid, sucediendo a su padre Francisco que fue su fundador.
En 1966 fue elegido Académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, pero murió en Madrid el 6 de junio, antes de tomar posesión.
Los dos pintores fueron las piezas claves de la decoración actual que podemos ver en el interior del templo, ya que gracias a ellos, la iglesia volvió a recuperar el esplendor que tuvo en el pasado y hoy combina perfectamente con el conjunto de retablos que podemos encontrar.
No podemos dejar pasar de lado algo que maravilla a los visitantes y que es la gran cúpula elíptica que encontramos en el centro de la iglesia junto al retablo mayor. Primero destacamos la jerarquización luminosa que resulta clave en el templo a la hora de crear el espacio ilusorio del barroco,en una graduación que parte de la semipenumbra de las naves principal, y llega a su plenitud en el tramo central del crucero merced a los ocho vanos practicados en la media naranja. De esta manera, la luz dirige de inmediato nuestra atención a la legión de dieciséis ángeles que, a las órdenes de San Miguel y pertrechados con armas de todo tipo tratan de luchar contra el demonio.
La cúpula del templo corellano se convierte en el marco idóneo para escenificar ante nuestros ojos el pasaje del Apocalipsis 12, 7-9: “Hubo una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles entablaron combate con el dragón”.
Para llevar a cabo su cometido,los ángeles adoptan una iconografía típicamente militar.
Destaca el dinamismo de la figura central que representa a San Miguel Arcángel, que se imprime a la figura inestable disposición de las piernas, al violento gesto del brazo y al movimiento de los amplios pliegues de la indumentaria. También restantes angeles, de vistoso plumaje en sus alas, visten ropaje militar con connotaciones negativas a través apocalíptico del dragón acompañado de diferentes figuras monstruosas, como el diablo que al caer extiende sus brazos pendidas del anillo de la cúpula son huecas y están trabajadas a base de cartón piedra ,telas y arpilleras encoladas.
El conjunto resulta tosco, quizás porque al están atados a la cúpula buscan tan solo el efecto a distancia; pero a pesar de la de la lejanía, a nadie pasa desapercibido uno de los rasgos más peculiares de los ángeles corellanos como es su sorprendente armamento que incluye no solo las típicas lanzas y espadas, sino también armas de fuego como trabucos y arcabuces, conforme a una iconografía muy poco desarrollada en Occidente que parece enlazar con el arte virreinal, si bien nos inclinamos a pensar que los ángeles corellanos son “hijos de su tiempo” en una síntesis entre tradición y modernidad.
En definitiva, la iglesia representa la teatralidad propia de la época barroca, que invita al espectador a contemplar un momento cumbre del pasado, propio de los siglos XVI, XVII y XVIII.